Muchas veces me han preguntado cuál es el propósito o meta de la vida. Casi siempre respondo algo diferente, pero lo que más he repetido es que mi último fin no es otro que conocer. Cuando se le pregunta a un sabio, maestro o iluminado normalmente responde con una sarta de incoherencias y sin sentidos. En oriente lo venden como sabiduría. Lee los escritos de un místico, están plagados de contradicciones. Fulcanelli escribió que los Filósofos sólo hablan claramente cuando quieren confundir y alejar a los profanos del sagrado secreto. También está escrito que Jesucristo hablaba a todos en parábolas, excepto a sus discípulos. Tal vez a sus espaldas se reía de ellos, aunque por su personalidad es más probable que esto lo afligiera terriblemente. Unos ríen mientras otros lloran ante la Broma Cósmica, por su parte, escribió Crowley.

Los alquimistas modernos transmutan flores en caricias. Las mismas no son más que alimento para los insectos. Lo mismo vale el sol como Dios, como lámpara, como centro que como acompañante, como falo que fecunda a la fértil madre tierra, como orgullo del gallo o del león. Para los más rígidos nada más que una esfera de plasma, un horno nuclear de inmensa gravedad. Ganas precisión por una parte y la pierdes por otra, pero a todos les gusta vanagloriarse en los triunfos. Y sin embargo nadie ha visto nunca más allá de su nariz.

Cada pequeña partícula contiene la totalidad del Todo. Un electrón puede estar aquí y en cualquier rincón del Universo al mismo tiempo. En el tantrismo tienen un adagio: lo que está aquí está en todas partes y lo que no está aquí en ninguna. Todo rito es vano hasta que uno le da valor. Y toda acción es un rito. El Verbo es Dios.

¿Sigues buscando significado en este rebuscado discurso? No lo hay, sin embargo lo encontrarás. Al igual que todos soy un gran mentiroso.