Sin duda las sincronicidades son cuánticas. Están y no están ahí, y solo son hasta que alguien atento las encuentra.
— Libro del acertijo
La cálida luz matinal se filtraba tímidamente por la ventana, dando vida a un tenue destello en la línea cromada de la cafetera. Una pequeña ave picoteó un par de veces la ventana, entonó su melodía que fue respondida desde algún lejano árbol. Francisco entra apresurado y se sirve una taza, el ave se retira de su temporal lugar de reposo.
En otra parte un hombre lee un artículo sobre la palabra Pidgin. Queda tan fascinado que remite a sus amigos a este a través de un mensaje.
...Que abrase el miedo con tus sueños, Que sea un guerrero de sangre, Para que nadie te haga daño...
Se escucha en la radio. Francisco bebe su café mientras se abotona la camisa.
Los suaves labios de una joven despiertan a su pareja. Encantado de volver así a la vida sus lenguas danzan haciéndose una. Él la abraza como si quisiera abarcar toda su existencia eternamente. En la espalda desnuda de ella, cerca del hombro, se ve un pequeño tatuaje de un colibrí.
Francisco bebe el último sorbo de su café y se prepara a salir volando al trabajo. Recibe un mensaje justo al momento de cerrar su puerta con llave, mas no lo revisa, es demasiado tarde. La vida sigue su curso indiferente, tan vacía de sentido como siempre.