Hay un pueblo en las planicies de Pakistán (y también de Centroamérica) cuyos habitantes son adoradores de dioses con rostro de estrellas y piel dorada.
Se alimentan únicamente de un fruto seco que obtienen del árbol del anciano que florece por un día en el solsticio de verano. Los jóvenes fuertes del pueblo son los encargados de la cosecha anual, ceremonia de resistencia en la que pocos tienen éxito. El árbol crece en una cueva de la montaña sagrada y se accede a él escalando una pared vertical de roca negra que asciende 1000 metros sobre el nivel del suelo y que es golpeada permanentemente por fuertes vientos.
Las gentes de este pueblo no permiten a los extranjeros comer del fruto ni presenciar la fiesta de la cosecha. Se dice que los ancianos, a quien nadie ha visto, viven por mil y un años.
El Paleontólogo Sigifredo Sternstaub visitó este pueblo en enero de 1675. Nunca más se supo de él.