sternstaub

los luminosos ladridos de un Diógenes contemporáneo

Hay un pueblo en las planicies de Pakistán (y también de Centroamérica) cuyos habitantes son adoradores de dioses con rostro de estrellas y piel dorada.

Se alimentan únicamente de un fruto seco que obtienen del árbol del anciano que florece por un día en el solsticio de verano. Los jóvenes fuertes del pueblo son los encargados de la cosecha anual, ceremonia de resistencia en la que pocos tienen éxito. El árbol crece en una cueva de la montaña sagrada y se accede a él escalando una pared vertical de roca negra que asciende 1000 metros sobre el nivel del suelo y que es golpeada permanentemente por fuertes vientos.

Las gentes de este pueblo no permiten a los extranjeros comer del fruto ni presenciar la fiesta de la cosecha. Se dice que los ancianos, a quien nadie ha visto, viven por mil y un años.

El Paleontólogo Sigifredo Sternstaub visitó este pueblo en enero de 1675. Nunca más se supo de él.

En el año 2024 de nuestra era, la compañía de comida rápida de mayor renombre entregó al gobierno chino uno de sus robots-empleado y solicitó al Primer Ministro que utilizara la máquina de viajar en el tiempo para enviar esta fábrica instantánea de órdenes de comida al pasado. El objetivo secreto de la empresa era proveer a todo el pueblo que habitaba el medio oriente del pasado de hamburguesas con la finalidad de convertirla en un alimento del folclor y así, instituir la Doble con Queso como la comida nacional palestina.

El gobierno chino accedió sin dudarlo. Vistióle de túnica, atóle unos pelos, pególe una barba-bigote de utilería y fijó la fecha en (x)-2078, enviando al robot-empleado (ahora hecho un hippie) en travesía temporal. Fue tal la suerte que la máquina cayó dentro del vientre de una mujer, y fue extraída en un procedimiento poco higiénico en medio del campo, entre un cerdo y unos burros.

El ingeniero y mago oriental, Sigifredo Sternstaub dejaría una breve anécdota de su encuentro con este robot del futuro en aquella Galilea del siglo 1: “llevo ya varios años de estudiar el aparto y he conseguido hacerlo funcionar de acuerdo con lo que creo es su propósito de fabricación. Lo he llamado Jerónimo, el Ensamblador de Sustancias en Unidades Sabrosas. Esta tarde lo llevé a la ciudad y lo coloqué de pie sobre un montículo a la vista de todos los transeúntes y picnic-aficionados que según mis cálculos eran unos 5000. He quedado sorprendido al ver que habla, pero aún más sorprendido con su eficiencia. En unos pocos minutos fue capaz de entregar 5000 órdenes dejando satisfechos a todos los clientes.”

Extraño es nuestro mundo y curiosos los caminos de la historia. Años más tarde, un Papa y unos cuantos bibliotecarios publicaron la crónica de Sternstaub mezclándola entre los paŕrafos de otros libros y dejándola oculta para siempre entre las letras de otros autores. Y ya que de libertades literarias se trataba, cambiaron las hamburguesas por panes y peces. Aún quedaba una ficha para la suerte: la falta de creatividad del Concilio no consiguió dar con un nombre apropiado para el robot y consintieron en formar un acróstico utilizando las siglas del título que le había dado Sternstaub, que sirvió de paso para nombrar al personaje principal de las historias que contaban los otros libros.

El político y tenista en piscina de lona, Sigifredo Sternstaub, creía estar en lo correcto al afirmar que todas las virtudes son meras apariencias. Incluso la humildad es una forma del drama, o dicho de otra manera, “ser humilde requiere una hipocresía expertise”. “Una persona genuinamente humilde es un creído mandado de sí mismo”, anunció al público mientras se negaba a recibir cierto galardón de poca monta, no por humildad, sino a cambio de una buena compensación monetaria.

El hipócrita, que para Sigifredo es un soberbio empedernido, es capaz de ejecer la bondad, la justicia o la belleza valiéndose de una autoestima exagerada, de un exacerbado convencimiento de que sólo uno mismo es capaz de ser así de bueno, así de justo, así de bello. “Hay que saber dárselas”, “Para creídos, aquí el más mejor”, cantaba en sus tangos “El petiso” y “No valés un mango”.

Para la época de la colorida década del pimpollo, Sternstaub, había conseguido no con menor éxito desprenderse de todas sus virtudes, excepto una: la soberbia.

Hace dos años, el poeta e inventor del motín en balsa inflable, Sigifredo Sternstaub, en un ataque de entrenada estupidez emprendía una atrevida azaña. Sigifredo se propuso reescribir toda la obra de Calabria (o Cantabria para Álvarez Thomas) valiéndose únicamente del recurso de su propia memoria.

Sternstaub, como todos sabemos, fue uno de los principales colaboradores en la redacción de los famosos cuadernillos del italiano, por lo que la tarea de retomar lo allí escrito no sería mayor problema excepto por la evidente dificultad de cualquier persona para recordar un texto tan extenso en general y por la de Sternstaub para recordar cosa alguna en particular. Sternstaub posee lo que en el medio científico se conoce como la memoria de lámpara, lo que le ha ganado títulos tales como “volantín”, “cabeza de berenjena” o “viejo choto” entre tantos.

Una vez, Sternstaub pasó dos horas de pie ante la puerta de la casa de quien era su pretendida de aquella juventud. Cuando se le preguntó qué o a quién buscaba se limitó a contestar “no me acuerdo”. En otra oportunidad fue encontrado infraganti con la esposa del duque Lucien de Bernardo, historia cuyo desenlace es de público conocimiento.

El sentido común o quizá una penosa desvergüenza ha sido motivo para muchos de los allegados al poeta, entre ellos quienes componen esta editorial, para intentar que Sigifredo detenga la empresa. Todo esfuerzo ha sido fútil: Sternstaub niega rotundamente haber iniciado proyecto tal (o mejor dicho, no lo recuerda).

Mientras tanto, los dos tomos del nuevo libro de Sigifredo Sternstaub, “Calabria recompuesto: técnicas de fuerza bruta cerebral” ya están a la venta en todas las librerías del país.

La Facultad de Letras de la Universidad del Cayal organizó alguna vez la primera y única convención de especialistas en el género de la novela documental. El bien financiado evento contó con la presencia de guionistas de la talla de Brunéi Bardou, Vicente Flores y la actriz Shelley Daqui. Un día antes de la solemne inauguración, llegó noticia de Londres: el esperado “genio del siglo”, John J. Philips, no llegaría. Ante la urgencia de cubrir el hueco en la agenda, la junta directiva invitó al inigualable teórico y carpintero del alma, el Dr. Sigifredo Sternstaub, quien aceptó inmediatamente debido a su aprecio por las suplencias de última hora.

Una tarde (Álvarez Thomas en su Crónica de la Ilustración, la ubicará en “el 3 de febrero”) se acercó a Sternstaub un estudiante que acaba de escribir un ensayo basado en sus propios experimentos sobre la “Técnica Instrospectiva de la Clasificación de los Discos de Jazz (y quizá algunos otros)” – obra más reciente del galán patagónico – con la intención de discutir sus conclusiones con el autor.

Es conocimiento de todos la enorme disposición de Sternstaub hacia la juventud, gracias a la cual “la patira ha alcanzado la virtud y la gloria anhelada por nuestros padres fundadores”. Genuino a sus palabras y aún más a su corazón, Sigifredo miró al prometedor pupilo, le robó la cartera y un salamín (que él mismo le había regalado) y huyó corriendo al grito de “¡Agarrámela!

El filántropo argentino y reconocido amante de la milanesa napolitana, Sigifredo Sternstaub, publicó en octubre de 1667 un enunciado sobre la Teoría unificadora del comportamiento del drofto en condiciones de homogeneidad acústica. Teoría que lo llevó a la fama y a ganarse un lugar entre la comunidad científica de la época.

Desde aquel momento a la fecha, la vida de miles de personas ha sido impactada por las implicaciones de la Teoría. Sociólogos y pensadores de todo al mundo han concluido una y otra vez que “los aportes de Sternstaub a la filosofía, las matemáticas, la poesía y la aeronáutica nos han hecho una humanidad razonablemente más avanzada y preparada para una felicidad duradera” (rv. Palermo, 1998, ad. 7).

Hoy, 350 años más tarde, se ha demostrado que Sternstaub estaba equivocado.

El año 1952 de nuestra era fue bisiesto. En todos y cada uno de los 366 días de ese año, el podólogo argentino y campeón americano de canto en ducha, Sigifredo Sternstaub, vistió como único calzado un par de ojotas en razón de protesta contra los fabricantes de cordones que “atan a los fabricantes de zapatillas sumiéndolos en la esclavitud de la dependencia”.

En todos y cada uno de los 366 días de ese año, se registraron fuertes nevadas en la localidad patagonica de Bolsaeué, hogar del premiado cantor.

Sigifredo estaba en Miami.