Fantasmas.

El peligro no es el fantasma en tanto cosa fea, sino la idea del fantasma, ese pequeño montoncito de fantasías que se acumulan por magnetismo en la imaginación del pobre que encima está más solo y aburrido que una araña.

Por otra parte (la de atrás por ejemplo), andar temiendo espectrales transparencias no es de caballeros. Hay que definir: transparente es un huevo, si no está cocido – ¿y lo amarillo? – lo amarillo es falacia.

Volverse uno mismo un fantasma es fácil. Basta ponerse una mano en el ojo izquierdo y la otra en el ojo derecho y decir “bú”. Ya está. Ahora, volver del estado fantasmagórico al estado de siempre ya es trabajo mayor. Se debe ante todo estar atento al tiempo (que es inexistente cuando se es fantasma). Lo que sigue es básicamente llevar el rastro a otras ilegibles transparencias hasta encontrar la que hace de puente.

Se llega del plano fantasma con ojos vidriosos y migrañas nocturnas. Debe evitarse, pues, la conversión en días viernes y feriados nacionales.